sábado, 28 de septiembre de 2013

Salvador Novo: Amor a primera lectura


No puedo decirte otra cosa más verdadera que lo que sentí por Salvador Novo fue amor a primera lectura. Y es que cuando te enamoras lo primero o lo segundo o lo tercero que piensas acerca de esa persona que recién conoces y ya es parte importante de tu vida es aquella pregunta implícita en el corazón casi como un rencor al tiempo: "¿Dónde has estado toda mi anterior vida?, que te he necesitado y ahora que te encuentro tienes todo lo que busco y lo único que quiero es aprovechar el tiempo que me reste para conocerte mejor que nadie"
Pero replicar esto al destino del lector sería una grave equivocación, porque un libro, o un autor, llega en el momento indicado, llega justo cuando tienes lo suficiente o has experimentado lo necesario para darte a conocer lo que guarda entre sus hojas de papel y sus líneas entintas, su prosa encantada y sus versos del deseo y el amor y todo lo que siento.
Ya antes había experimentado una sensación parecida con el primer tomo de La montaña mágica y me refiero a la sensación del amor como lector hacia un autor, pero la diferencia que con Novo existe es que es mucho más cercano, quizá por ser mexicano, quizá porque empecé leyendo su autobiografía La estatua de Sal y en ella contaba su infancia y sus primeras alusiones sexuales, temas que son mis predilectos y quizá por ello lo amé, pero sea por lo que sea, quiero seguir con eso que siento por él conforme vaya leyendo el resto de su obra.



jueves, 19 de septiembre de 2013

Momento

Estaba un poco triste y preocupado, hasta que todo mejoró cuando caminaba con mi sombrilla bajo la lluvia, con un libro de Cortázar recién comprado en mi mochila, mientras comía unas galletas Soles y escuchaba la versión de Nosotros de Chavela Vargas. Con esto digo que la felicidad es bastante ambigua y cada quién tiene la suya. Cada uno estos elementos constituyeron un momento preciso, en el cual lo que afectaba mis emociones se transformó para ser contraria a la tristeza. Porque este momento feliz fue extraño, ya que, usualmente no me agrada la lluvia; pero comprendí que era parte de una situación en donde coincidieron tantas cosas que no podía hacer otra cosa que alegrarme. Todas mis preocupaciones, la posible mudanza, esa cosa llamada amor, etc., no desaparecieron sino que pasaron de ser malas a ser parte de una aventura. No sé por qué pero fue un momento perfecto.

sábado, 14 de septiembre de 2013

Sentimientos de añoranza hacia un objeto llamado casa.

Extraño mi casa, al menos allí las normas, a pesar de que no siempre las cumplía, me parecían lógicas y naturales, no como acá, que todo es antinatural y falso, son normas que fingen crear un orden aparente, pero que no constituyen nada: son huecas. Extraño mi casa porque allí las cosas se hacían por una autoridad fundada y valida, implantada por los años, pero acá no es así: acá esa autoridad es impuesta y rechazable, pretende ser un ambiente familiar pero no puede, es un sistema institucionalizado para encubrir el vacío que habita en esta casa absurdamente organizada. Esto es desagradable, esa limpieza es sucia y fea, da nauseas. Extraño mi casa porque temo que estas costumbres plásticas se me peguen, tengo miedo de olvidar las costumbres familiares de mi verdadera casa. Esta casa de acá es una verdadera burla, es un conjunto de habitaciones que contienen seres esquivos que son obligados a convivir, y esa convivencia es propiciada de una manera molesta por el ser institucional que rige las normas asfixiantes, es decir, la dueña de esta nueva casa.

Tengo que agregar, porque complementa o consuela o comprende al párrafo anterior, una cita, o más bien todo un fragmento, de Octavio Paz, del libro El laberinto de la soledad:

"En los casos extremos -separación de los padres, de la Matriz o de la tierra natal, muerte de los dioses o consciencia aguda en sí- la soledad  se identifica con la orfandad. Y ambos se manifiestan generalmente como conciencia del pecado. Las penalidad y vergüenza que inflige el estado de separación puede ser consideradas, gracias a la introducción de las nociones de expiación y redención, como sacrificios necesarios, prendas o promesas de una futura comunión que pondrá fin al exilio. La culpa puede desaparecer, la herida cicatrizar, el exilio resolverse en comunión. La soledad así adquiere un carácter purgativo, purificador. El solitario o aislado trasciende su soledad, la vive como una prueba y como una promesa de comunión.
 El mexicano, (...) no trasciende su soledad. Al contrario, se encierra en ella. Habitamos nuestra soledad (...), no esperando, sino temiendo volver al mundo. No soportamos la presencia de nuestros compañeros. Encerrados en nosotros mismos, cuando no desgarrados y enajenados, apuramos a una soledad sin referencias a un más allá redentor o a un más acá creador. Oscilamos entre la entrega y la reserva, entre el grito y el silencio, entre la fiesta y el velorio, sin entregarnos jamás. Nuestra impasibilidad recubre la vida con la máscara de la muerte; nuestro grito desgarra esa máscara y sube al cielo hasta distenderse, romperse y caer como derrota y silencio. Por ambos caminos el mexicano se cierra al mundo: a la vida y a la muerte."