(Fragmentos de 'Diario [hu]mítico para principiantes')
III
Al abandonar aquellos laberintos donde todo se me revela, donde mi
entendimiento se extiende hasta alcanzar a la estructura eterna, la escalera
perfecta −representación geométrica y arquitectónica del Dios que gobierna,
rige y crea constantemente mis mundos y sus dimensiones−, sólo me encuentro
pensando en lo que abandoné, con el firme propósito de regresar −siempre
regresaré−, y en mis letargos de soliloquios sin público inexistente −tan sólo
mis otras representaciones y heterónimos por haber− me acompañan las lecturas
de Álvaro de Campos −que he empezado a leer su poesía− y de Bernardo Soaes −ya
que Alonso me ha leído pasajes de El libro del desasosiego−, a lo que en
resumen se trata de Fernando Pessoa, un escritor con una extraordinario
historia −o más bien, sus heterónimos tienen vidas excepcionales, y él una vida
lectora y sedentaria (por algo me siento atraído a él porque siempre he soñado
[uno de mis tantos sueños y versiones de vida futura] una vida tan miserable
ante los demás pero tan fabulosa para conmigo)−; en sí, lo poco que he leído
hasta ahora en que escribo esto, siento que representan la lucha con los
problemas de mi cotidianidad, entre otras −ya que no dudo que haya otras mil y
un análisis de su obra−, y gracias a esas lecturas solitarias, o cómo oyente,
es que sobrellevo los sufrimientos que me atormentan en mis primeros viajes a
aquella gran dimensión (hu)mítica, donde todo se intensifica y esclarece, y que
al salir y volver a la normalidad de la cotidianidad −que no siempre es
necesariamente normal−; mil tormentos atacan a mi neófito ser.
Ahora bien, por la otra parte, la del nuevo mundo laberintico y
desconcertante siempre −y al decir siempre es un simple deseo pueril de que
siempre me gusten y no cambie mi admiración por ellos en mis posteriores
lecturas− a dos escritores que se han vuelto primordiales en mi (s) vida (s):
hablo de Borges y de Kafa; del primero, diré sinceramente que aún me voy
sumergiendo en su universo −con Ficciones− ya que sólo había leído (sin terminar)
El libro de los sueños −que me fascinó y planeo retomar y releer cuantas veces
pueda− por tanto, la admiración que tengo es la del que entra a un lugar
desconocido y todo resulta maravilloso −pero presiento que aunque ya halla
recorrido todo el mundo de Borges no me hastiaré de él, es que parece tan
infinito y vertiginoso−; el segundo, no necesita explicación, ni justificación,
sólo diré cosas actuales: hago de él mi ensayo −acerca de si La metamorfosis es
una novela corta o un relato− y anteriormente ya había leído un (sic) dos libros de él, justo ahora he
comenzado a leer El castillo y me ha ayudado a zarpar entre tantos
laberintos de aquella dimensión de lo que por el momento soy
una especie de turista, con planes aún no concretos de residir allá.
IV
Es posible que haya otros escritores con mayor supremacía en temas como
estos −y que el lector juzgue a los que nombro inferiores (cosa que
sinceramente dudo posible, pero que no hay que descartar la alternativa
simplemente por obvia)− pero la verdad es que estos son los hombres-libro que tengo a mi alcance,
que han aparecido justo en estos momentos (y en estos mundos) y de los cuales
me siento confiado y complacido como para usarlos de referencia y además asirme
a ellos para no caer en la desesperación total. Así que afirmo a ellos, aún a (sic) sabiendo que posiblemente exista la
posibilidad de encontrar otros autores que me sirvan aún más −igual eso no
sería algo que me desagradaría, y si pasara seguiría llevando en mi corazoncito
de lector a estos señores de la literatura −como los que me acompañaron en estas épocas de mi vida −que competen el inicio
de mis años universitarios−.
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