No me ha caído ninguna bala perdida en la cabeza, pero las escuchas saltar como mantarrayas negras que intentan volar para salir del mar, pero acaban cayendo, cayendo en algún lugar. Y retumba el alboroto de la gente que causa en fuegos artificiales una ballena que emerge y se dispersa en salpicaduras de agua de colores. Y aún la bala no cae, y las ballenas de fuegos artificiales siguen explotando en el horizonte y cae el último sol en la cabeza del Pacífico. Y en lo que esperas la inminente caída de la bala, el portento del costumbre, todas aquellas olas que te han revolcado arrastran lo que ves a un lugar desconocido dentro del mar, pero hasta en la vorágine de las olas, cuando giras sin saber del tiempo llegas a creer que puedes vislumbrar el umbral donde todos los puntos convergen y donde los absolutos se disuelven. Y caes metamorfoseado en la bala perdida, caes como el sol, amarillo y bermejo, al azul interminable. Sólo es este mar hombre, que se impone, te acorrala puesto que a las espaldas tienes a la Sierra Madre del Sur, y emerges como aquella ballena que busca aire porque su inmensidad se pierde en La Inmensidad.
Acapulco, Guerrero.
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